Gracias por tu cuento, Jorge! Cortito y conciso, breve y cargado de contenido, dupla difícil de lograr. Algún escritor cuyo nombre se perdió en mi memoria, dijo: “Lo escribí largo porque no tuve tiempo de hacerlo corto…”, afirmación que es un elogio a la brevedad, rigurosamente aplicable a este cuento.
EL ROBO
Jorge Fábregas
Abrieron la puerta y sentí el aliento del viejo boliche. Alcohol, fiambres, cáscaras de maní pisadas. Los amigos que me compañaban (en realidad, me llevaban) tuvieron que repetirme la indicación de entrar. Estaba tan emocionado por el reencuentro que no atinaba a moverme. El lugar no había cambiado casi nada. El mismo mostrador de madera, viejo y encallecido por los empujones de tantos años, con su tramo central de estaño impecable, y a un costado, la caja infinitamente burilada. La innovación estaba en el agregado de unas pocas mesas, sobre el otro lado. Nos paramos junto al mostrador y les dimos la espalda.
Los parroquianos conformaban casi la misma fauna de hacía veinte años: los profesionales de la ciudad provinciana, algunos estudiantes universitarios de visita de fin de semana, y unos pocos jovencitos, con la edad que yo tenía la primera vez que entré. Reconocí algunas caras, pero ellos no se contagiaron y preferí dejarlo así. Los ritos se mantenían frescos e inmutables. El empleado se apoyó sobre el mostrador frente a nosotros y esperó el pedido. “Lo de siempre”, dijo uno de mis amigos que jugaba de local. “Con qué lo acompañamos” retrucó el mozo mientras desplegaba una hoja de papel de estraza frente a nosotros. “Hoy tenemos unas morcillas de aquellas, las hizo Esteban con su mujer”. Resaltó esto como si se tratara de un sello de calidad indiscutida. Asintió mi amigo y comenzamos una charla mixta de frases nostalgiosas y buen humor. Casi enseguida pusieron los vasos sobre el papel y me alegró ver que tenían la misma forma de los de antes. Parecían floreros, con el pie mucho más chico que la boca y generoso tamaño. “Dedo de ferné, chorro de sifón para hacer espuma y completar con vermú hasta arriba”, había sido la fórmula impecable de todos los tiempos. Junto a ellos y directamente sobre el papel, el mozo comenzó a cortar en rodajas tres morcillas.
La charla siguió cada vez más animada. El vermucito ayudaba. Un parroquiano que estaba a mi lado tomaba tinto que se servía de un botellón de vidrio ordinario, de ésos que tienen burbujas chiquitas en su interior. Miré bien y noté que sobre él se reflejaban las figuras de los que estaban sentados alrededor de una mesa. Sin interrumpir la conversación, me di vuelta para poder verlos. Era un grupito de gente linda y divertida. Y ella que me miraba sin ningún disimulo. ¡Cómo perturba una mirada firme! ¡Cómo enamora la mirada fuerte de una desconocida!
Aflojé y volví a dar la espalda. Miré de nuevo el botellón. Lo habían movido un poco de su lugar al vaciarlo y ahora la única figura que se distinguía era la de ella sentada, como si estuviera dentro. Yo había visto que no estaba sola y no tenía forma de hacer algo. Agarré el botellón y me lo escondí debajo del sobretodo. “¡Qué hacés!” dijo uno de mis amigos “¡Si por un peso te comprás tres docenas de esos!”
“¡Pagá y vamos!” dije. Pagó y nos fuimos.
Y me la llevé.
EL ROBO
Jorge Fábregas
Abrieron la puerta y sentí el aliento del viejo boliche. Alcohol, fiambres, cáscaras de maní pisadas. Los amigos que me compañaban (en realidad, me llevaban) tuvieron que repetirme la indicación de entrar. Estaba tan emocionado por el reencuentro que no atinaba a moverme. El lugar no había cambiado casi nada. El mismo mostrador de madera, viejo y encallecido por los empujones de tantos años, con su tramo central de estaño impecable, y a un costado, la caja infinitamente burilada. La innovación estaba en el agregado de unas pocas mesas, sobre el otro lado. Nos paramos junto al mostrador y les dimos la espalda.
Los parroquianos conformaban casi la misma fauna de hacía veinte años: los profesionales de la ciudad provinciana, algunos estudiantes universitarios de visita de fin de semana, y unos pocos jovencitos, con la edad que yo tenía la primera vez que entré. Reconocí algunas caras, pero ellos no se contagiaron y preferí dejarlo así. Los ritos se mantenían frescos e inmutables. El empleado se apoyó sobre el mostrador frente a nosotros y esperó el pedido. “Lo de siempre”, dijo uno de mis amigos que jugaba de local. “Con qué lo acompañamos” retrucó el mozo mientras desplegaba una hoja de papel de estraza frente a nosotros. “Hoy tenemos unas morcillas de aquellas, las hizo Esteban con su mujer”. Resaltó esto como si se tratara de un sello de calidad indiscutida. Asintió mi amigo y comenzamos una charla mixta de frases nostalgiosas y buen humor. Casi enseguida pusieron los vasos sobre el papel y me alegró ver que tenían la misma forma de los de antes. Parecían floreros, con el pie mucho más chico que la boca y generoso tamaño. “Dedo de ferné, chorro de sifón para hacer espuma y completar con vermú hasta arriba”, había sido la fórmula impecable de todos los tiempos. Junto a ellos y directamente sobre el papel, el mozo comenzó a cortar en rodajas tres morcillas.
La charla siguió cada vez más animada. El vermucito ayudaba. Un parroquiano que estaba a mi lado tomaba tinto que se servía de un botellón de vidrio ordinario, de ésos que tienen burbujas chiquitas en su interior. Miré bien y noté que sobre él se reflejaban las figuras de los que estaban sentados alrededor de una mesa. Sin interrumpir la conversación, me di vuelta para poder verlos. Era un grupito de gente linda y divertida. Y ella que me miraba sin ningún disimulo. ¡Cómo perturba una mirada firme! ¡Cómo enamora la mirada fuerte de una desconocida!
Aflojé y volví a dar la espalda. Miré de nuevo el botellón. Lo habían movido un poco de su lugar al vaciarlo y ahora la única figura que se distinguía era la de ella sentada, como si estuviera dentro. Yo había visto que no estaba sola y no tenía forma de hacer algo. Agarré el botellón y me lo escondí debajo del sobretodo. “¡Qué hacés!” dijo uno de mis amigos “¡Si por un peso te comprás tres docenas de esos!”
“¡Pagá y vamos!” dije. Pagó y nos fuimos.
Y me la llevé.
1 comentarios:
EPA!!! PROFESIONAL!!! que grande, me encanto, te felicito mucho, muchisimo!!!
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