23 de mayo de 2009

Un minuto de silencio... hecho poema

HASTA MAÑANA


Voy a cerrar los ojos en voz baja
voy a meterme a tientas en el sueño.
En este instante el odio no trabaja
para la muerte que es su pobre dueño
la voluntad suspende su latido y yo me siento lejos,
tan pequeño que a Dios invoco,
pero no le pido nada,
con tal de compartir apenas este universo
que hemos conseguido por las malas
y a veces por las buenas.
¿Por qué el mundo soñado no es el mismo
que este mundo de muerte a manos llenas?
Mi pesadilla es siempre el optimismo:
me duermo débil, sueño que soy fuerte,
pero el futuro aguarda.
Es un abismo.
No me lo digan cuando me despierte.

MARIO BENEDETTI


Quiero compartir también con ustedes esta carta que me hizo llegar mi amiga Noemí, de alguien que no quiso dar su nombre, quizás en la certeza de que su dolor por la partida del querido poeta es un sentimiento compartido por miles, no atribuible a uno solo.


Don Mario,

Hubo un tiempo en el que usted y yo nos encontrábamos en el colectivo. Al pagar boleto, lo encontraba en el espejo retrovisor, entre el escudito del Rojo y la foto de Julio Sosa o la del Pato Pastoriza. Allí aparecía un banderín donde leía: “Si te quiero es porque sos…” o “Compañera usted sabe que puede contar conmigo, no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo…” Yo no era por entonces – a mis doce o trece años – más despierto que nadie y tal vez, justamente por eso, leía poesía. Leía de todo, pero entre el todo ése (revistas, novelas, enciclopedias) lo leía a usted. En el `74, al comenzar el secundario, encontré utilidad a sus poemas pues siempre había alguna jovencita de la cual enamorarse y a la cual persuadir. La verdad, no me fue muy bien, pero preferí no echarle la culpa a usted sino a mis modestas cualidades de galán en un temprano ataque de modestia, digamos en un breve momento de lucidez.El país se inclinaba en dirección al barranco, las jovencitas, también por obra del miedo, se convertían de novias en compañeras, el amor se escapaba de las plazas y nos llevaba al cuartito del fondo, al modesto Winco, a Serrat o Almendra y, claro, a usted. Así, lo leíamos como alimento y como contraseña, como mínimo acuerdo, como habilitación para cualquier otra cosa. Porque también ocurrió que el invierno lo arrancó de los colectivos y las librerías y más de uno quemó en la parrilla “El cumpleaños de Juan Ángel” o “Montevideanos” junto a Marx, Walsh o Cooke, no necesito recordarlo. Después usted se fue al exilio y yo crecí, terminé de crecer, entre tanto frío y tanta mala noticia y todavía creo que si alguna vez, con mis amigos, nos enojamos y salimos a la calle usted tuvo mucho que ver. Cuando me enteré que volvía del exilio yo ya escribía mi propia poesía, y pese a que había leído otros muchos autores y había descubierto otras literaturas, lo guardaba a usted en alguna parte de mis amores o, si prefiere, junto con ellos. Seré sincero: hasta le he perdonado que sea uruguayo. Es decir, nacido en el país de Peñarol y Nacional, rivales históricos de la Libertadores. Después me tocó trabajar en alguna Feria del Libro y allí lo encontré firmando libros con ese gesto de abuelo bueno y paciencia envidiable. La última vez que lo vi, usted no se enteró pues estaba en la pantalla y yo en la butaca del cine. Interpretaba a un marinero alemán, en una película que no estaba a su altura ni a la altura de su obra, pero… esas cosas también deben suceder. Como la muerte. Me dicen que la tristeza comenzó con la partida de su mujer, que tal vez entonces comenzó a morir. Me dicen que ya era un hombre grande. Me dan argumentos razonables. Pero yo ya me aguanté llorar en público y ahora en mi casa, frente al teclado, puedo hacer y escribir lo que me dé la gana. Entonces puedo no ser razonable y pensar que usted, don Mario, nos dio algunas de las mejores palabras que hemos dicho, algunos de los mejores sueños que soñamos y esta última sensación de soledad que va a tardar mucho tiempo en dejar de ser.

“Donde estés, si es que estás, si estás llegando, será una pena que no exista Dios, pero habrá otros, seguro que habrá otros dignos de recibirte…” Mario Benedetti

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