
La señora que limpia la habitación de nuestro hotel se llama Berlinda y es negra. Pasa la aspiradora por la alfombra, mientras escucha a los Black Eyed Pies en su iPod. A través de la ventana, se ve un grupo de seis hombres que duermen cada noche en la calle. Son todos negros.
En el quiosco, se exhiben revistas negras, es decir, escritas por periodistas negros y que hablan de famosos negros (deportistas, presentadores, actores, políticos...), que son los únicos que aparecen en las fotos, como si existiera un mundo sólo de negros.
A un europeo medio le basta pasearse por Nueva York para sospechar que Estados Unidos tiene un problema racial. Pero, en realidad, las cosas están cambiando, y el símbolo de todo ello es un señor que aparece cada día en la televisión, al que le acaban de regalar un perro. Es el presidente del país y también es negro.
Su novela favorita es La canción de Salomón, escrita por Toni Morrison (Lorain, Ohio, 1931) en 1977. Berlinda no ha leído a Toni Morrison, pero habla de ella con admiración. Esta escritora es, además del último Premio Nobel vivo de nacionalidad estadounidense, el principal testigo literario de todos esos cambios que se están produciendo.
Cronista de la epopeya de una raza castigada, novelista de los de abajo, de personajes que sufren, viven y aman con intensidad, nos recibe en su lujoso dúplex de Chinatown -unas antiguas dependencias policiales- para hablar de su nueva novela, Una bendición.
¿Por qué vuelve a tratar el tema de la esclavitud? Su novela favorita es La canción de Salomón, escrita por Toni Morrison (Lorain, Ohio, 1931) en 1977. Berlinda no ha leído a Toni Morrison, pero habla de ella con admiración. Esta escritora es, además del último Premio Nobel vivo de nacionalidad estadounidense, el principal testigo literario de todos esos cambios que se están produciendo.
Cronista de la epopeya de una raza castigada, novelista de los de abajo, de personajes que sufren, viven y aman con intensidad, nos recibe en su lujoso dúplex de Chinatown -unas antiguas dependencias policiales- para hablar de su nueva novela, Una bendición.
Me quedaba hablar de aquellos que fueron esclavos antes de que EE.UU. existiera. Uno de mis temas ha sido siempre la mitología de este país, abordar el cuento de hadas nacional sobre nuestros inicios. En los siglos XVII y XVIII aquí vino gente de todos los lugares de Europa: suecos, españoles, holandeses, franceses, ingleses... Quise hablar de un tiempo en el que la esclavitud todavía no se había asociado a una raza, la negra.
Muchos lectores van a descubrir, gracias a esta novela, que había esclavos de raza blanca...
Sí, así es. Los esclavos eran los parias, los más pobres, miserables y desafortunados, blancos, indios y negros. Después, el racismo se convirtió en ley y separó a los pobres blancos de los pobres negros. Pero en el siglo XVII los esclavos negros y blancos trabajaban juntos en las plantaciones de tabaco. La gran aportación de EE.UU. es que, por intereses políticos y de los propios blancos pobres, se estableció una jerarquía racial, plasmada en textos legales, con el fin de proteger a los ricos pero a la vez para que hubiera un tipo de pobres, los blancos, que miraran a otros pobres desde arriba. Y ese entramado cultural racista todavía opera en este país, perpetuando las divisiones en contra de lo que debería ser una verdadera democracia. El racismo no es natural, sino algo construido en función de intereses.
De hecho, en los años en que se desarrolla su novela, ni siquiera existía EE.UU.
Es un momento histórico muy poco conocido, previo incluso a la organización de las colonias. Había una recepción constante de gente, un movimiento de población humana enorme, muchas ciudades que cambiaban de nombre en función de la nacionalidad de sus ocupantes, todo fluctuaba, había un aluvión de gente venida de todo el planeta, atraída por los recursos naturales, por el oro, por una naturaleza generosa. Y fue en esa época en la que llegaron los domésticos blancos, tan esclavos como los negros. La única diferencia es que podían fugarse y confundirse entre la población, mientras que a los negros siempre los capturaban.
En ese contexto, vemos que la religión, las religiones, fueron muy importantes...
¿De dónde viene la fuerza de la Iglesia? En el libro hablo de eso relacionándolo con esa idea tan americana del individualismo: el mito de vivir solo, ser un tipo duro, sin familia o abandonándola para irse a vivir aventuras. Es algo que forma parte del imaginario de la nación americana, con el cowboy como su máximo exponente. Yo me fijo en lo que sucede cuando el hombre se va. ¿Qué tipo de familia genera eso? La mujer se queda sin ningún apoyo, sola con los niños, y entonces llama a las puertas de la Iglesia, que le ofrece ayuda e integración.
¿Sigue habiendo esclavitud en Estados Unidos?
Claro. Ya no es una institución formal, legal, pero sí existe gente que no cobra por su trabajo y que no puede decidir abandonarlo. Las grandes civilizaciones (Atenas, Roma, Rusia...) se han apoyado siempre en esclavos, se llamen como se llamen. Me interesa cómo ese encarcelamiento puede ayudar a una persona a darse cuenta de muchas cosas, a generar una gran dignidad, incluso libertad, desde el momento en que uno decide no ser el mismo monstruo que su amo.
¿Cómo describiría a Florens?
Ella es el personaje central del libro, una esclava que desconoce su condición porque sus amos la tratan muy bien. Es joven, hermosa... y se enamora. Y llega a convertirse en una obsesa.
¿Y Jakob?
Es un holandés que llega en barco a América, huérfano, prototipo de esas personas que hemos promovido como los que levantaron este país, alguien que intenta tener éxito. Pero le repugna la esclavitud y tratar comercialmente con carne humana.
¿La América posracial existe ahora con Obama?
Hay algunos cambios, lo veo en los estudiantes que tengo en Princeton, son más maduros que antes. La gente joven, en ciudades como Nueva York, ya no se interesa por la raza y eso es bueno. Pero todavía hay profundas zanjas que dividen a la gente por el color de su piel, no hay más que mirar las estadísticas sobre pobreza, crimen o nivel educativo. El éxito de Obama es estimulante, marca el inicio de algo nuevo.
Usted aprecia, además, sus cualidades literarias.
Es un buen escritor, cosa que pocos políticos son porque no suelen leer literatura. Es ameno, estructurado, tiene ritmo, utiliza metáforas profundas, diálogos...
En sus libros los negros son trabajadores, prostitutas, borrachos, y ahora tenemos un presidente. ¡Vaya cambio!
Ja, ja. ¿No me pedirá que le responda una pregunta tan absolutamente inapropiada, verdad? A mí me interesan esos personajes ordinarios porque no aparecen en los libros de historia. Es como si no hubieran existido jamás, y yo les devuelvo a la vida.
Vivió la depresión de los 30. ¿Cómo ve la crisis de ahora?
En los años 30 vivimos una vida realmente miserable. Eramos pobres, y no le hablo solamente de la comunidad negra sino de inmigrantes de todos los sitios. Sobre la situación actual, lo precioso es que el capitalismo se ha acabado, parece un milagro. Nadie va a aplaudir más a gente que gana mil millones de dólares a la semana. Esos excesos se han acabado, ya no podemos más. Eso es bueno. Este país puede volver a empezar. Piense que, tras el 11-S, la gente miró la televisión ¿y cuál fue el mensaje que nos envió el presidente Bush? Nos dijo: "Vayan al cine, a las tiendas, ¡compren! ¡compren!" ¿Usted cree? Era un tendero, no un presidente, hablaba no a ciudadanos sino a consumidores.
Sí, así es. Los esclavos eran los parias, los más pobres, miserables y desafortunados, blancos, indios y negros. Después, el racismo se convirtió en ley y separó a los pobres blancos de los pobres negros. Pero en el siglo XVII los esclavos negros y blancos trabajaban juntos en las plantaciones de tabaco. La gran aportación de EE.UU. es que, por intereses políticos y de los propios blancos pobres, se estableció una jerarquía racial, plasmada en textos legales, con el fin de proteger a los ricos pero a la vez para que hubiera un tipo de pobres, los blancos, que miraran a otros pobres desde arriba. Y ese entramado cultural racista todavía opera en este país, perpetuando las divisiones en contra de lo que debería ser una verdadera democracia. El racismo no es natural, sino algo construido en función de intereses.
De hecho, en los años en que se desarrolla su novela, ni siquiera existía EE.UU.
Es un momento histórico muy poco conocido, previo incluso a la organización de las colonias. Había una recepción constante de gente, un movimiento de población humana enorme, muchas ciudades que cambiaban de nombre en función de la nacionalidad de sus ocupantes, todo fluctuaba, había un aluvión de gente venida de todo el planeta, atraída por los recursos naturales, por el oro, por una naturaleza generosa. Y fue en esa época en la que llegaron los domésticos blancos, tan esclavos como los negros. La única diferencia es que podían fugarse y confundirse entre la población, mientras que a los negros siempre los capturaban.
En ese contexto, vemos que la religión, las religiones, fueron muy importantes...
¿De dónde viene la fuerza de la Iglesia? En el libro hablo de eso relacionándolo con esa idea tan americana del individualismo: el mito de vivir solo, ser un tipo duro, sin familia o abandonándola para irse a vivir aventuras. Es algo que forma parte del imaginario de la nación americana, con el cowboy como su máximo exponente. Yo me fijo en lo que sucede cuando el hombre se va. ¿Qué tipo de familia genera eso? La mujer se queda sin ningún apoyo, sola con los niños, y entonces llama a las puertas de la Iglesia, que le ofrece ayuda e integración.
¿Sigue habiendo esclavitud en Estados Unidos?
Claro. Ya no es una institución formal, legal, pero sí existe gente que no cobra por su trabajo y que no puede decidir abandonarlo. Las grandes civilizaciones (Atenas, Roma, Rusia...) se han apoyado siempre en esclavos, se llamen como se llamen. Me interesa cómo ese encarcelamiento puede ayudar a una persona a darse cuenta de muchas cosas, a generar una gran dignidad, incluso libertad, desde el momento en que uno decide no ser el mismo monstruo que su amo.
¿Cómo describiría a Florens?
Ella es el personaje central del libro, una esclava que desconoce su condición porque sus amos la tratan muy bien. Es joven, hermosa... y se enamora. Y llega a convertirse en una obsesa.
¿Y Jakob?
Es un holandés que llega en barco a América, huérfano, prototipo de esas personas que hemos promovido como los que levantaron este país, alguien que intenta tener éxito. Pero le repugna la esclavitud y tratar comercialmente con carne humana.
¿La América posracial existe ahora con Obama?
Hay algunos cambios, lo veo en los estudiantes que tengo en Princeton, son más maduros que antes. La gente joven, en ciudades como Nueva York, ya no se interesa por la raza y eso es bueno. Pero todavía hay profundas zanjas que dividen a la gente por el color de su piel, no hay más que mirar las estadísticas sobre pobreza, crimen o nivel educativo. El éxito de Obama es estimulante, marca el inicio de algo nuevo.
Usted aprecia, además, sus cualidades literarias.
Es un buen escritor, cosa que pocos políticos son porque no suelen leer literatura. Es ameno, estructurado, tiene ritmo, utiliza metáforas profundas, diálogos...
En sus libros los negros son trabajadores, prostitutas, borrachos, y ahora tenemos un presidente. ¡Vaya cambio!
Ja, ja. ¿No me pedirá que le responda una pregunta tan absolutamente inapropiada, verdad? A mí me interesan esos personajes ordinarios porque no aparecen en los libros de historia. Es como si no hubieran existido jamás, y yo les devuelvo a la vida.
Vivió la depresión de los 30. ¿Cómo ve la crisis de ahora?
En los años 30 vivimos una vida realmente miserable. Eramos pobres, y no le hablo solamente de la comunidad negra sino de inmigrantes de todos los sitios. Sobre la situación actual, lo precioso es que el capitalismo se ha acabado, parece un milagro. Nadie va a aplaudir más a gente que gana mil millones de dólares a la semana. Esos excesos se han acabado, ya no podemos más. Eso es bueno. Este país puede volver a empezar. Piense que, tras el 11-S, la gente miró la televisión ¿y cuál fue el mensaje que nos envió el presidente Bush? Nos dijo: "Vayan al cine, a las tiendas, ¡compren! ¡compren!" ¿Usted cree? Era un tendero, no un presidente, hablaba no a ciudadanos sino a consumidores.
Fuente: Revista Ñ
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