Rubén había sido su gran amor. Y la había dejado por otra. Fea. No como ella. Se casó con la fea, se fue lejos con la fea, y, según se fue enterando, tuvo tres hijos con la fea. Hizo una mueca de desprecio. Ellos dos, Rubén y ella, conformaban, mientras duró, una pareja de esas que no dejan resquicios para la crítica: bellos, inteligentes, elegantes, con trabajos envidiables… lo que se dice, una pareja perfecta. Pero de eso hacían veinte años. Ella nunca pudo digerir el abandono y se quedó con el último trabajo que tenía, sin deseos de superarse. Se fue marchitando por dentro sin descuidar su exterior. Ahora él había vuelto a su vida y quería verla. Estaba sorprendida. Si. Esa era la expresión. El no daba muchas explicaciones. Solamente dejaba entrever un dejo de nostalgia en el tono general de la carta. Y la cita era para esa noche.
Volvió más rápido de lo habitual. Se impacientaba en los semáforos y, a duras penas, sujetaba el impulso de pasar algunos en rojo en las calles con escaso tránsito. Llegó a su departamento, se bañó con celeridad, y cuando se dispuso a maquillarse la vio. Ahí estaba. Blanca y finita. Hoy, justo hoy, tenía que aparecer. Su primera cana a los cuarenta y cinco años. La arrancó con el temor de generar muchas otras. Ella era un poco supersticiosa y la creencia popular lo aseguraba. Se consoló pensando que, seguramente, Rubén también traería algunas marcas del tiempo transcurrido.
La cita era en un bar muy viejo. El mismo al que iban casi siempre después del cine, veinte años atrás. Cuando llegó, con las piernas temblando y el corazón en la boca, entró despacio, buscando respirar y tranquilizarse antes del encuentro. Miró para todos lados. Nadie conocido. Un movimiento a su izquierda y una mano en su brazo la hicieron girar. Ahí estaba él. Alto, como antes. Casi deformado por la obesidad, con la barba descuidada, la ropa antigua y algo raída, y una sonrisa avergonzada que ocultaba con pudor algún hueco en su dentadura, la contemplaba. Julia lo miró de arriba abajo. Pasó una eternidad en la que un millón de pensamientos y sentimientos se disputaron quebrarla. Y antes de que el pasado y su nostalgia cayeran haciéndose añicos en su pecho, escapó del lugar.
Clementina Macaroff - Bariloche, Marzo 2009
MI DOLOR Y YO
Mi dolor y yo transcurrimos....
El sueño trunco.
La tiniebla cómplice.
Y él, que trepa y se retuerce
y cae lentamente,
pero vuelve, feroz, a renacer.
Me arrastro silenciosa, inseparable.
Se aparta, débil,
pero vuelve, siempre, vuelve
a reclamar el lugar,
y trasciende,
y pide más.
En la noche larga, alucinada,
es el amante febril que prolonga la agonía.
Se desliza en mi lecho. Me abarca. Me acuna y me penetra.
Y es el alma que blasfema.
Y es la carne que se quiebra.
Y es la muerte que no llega…
Clementina Macaroff - Bariloche, Octubre 2006
1 comentarios:
Me encantan tus cuentos, a mi personalmente me hacen seguir leyendolos y no desprenderme hasta terminar.
Que magica y dulce imaginación posees, creo en los dones y tu si que lo tienes para la literatura.
Me encanto esta iniciativa, se nota a leguas que la disfrutas.
Te quiero, y lo siento si las expresiones de afecto no se usan en los Blogs Literarios.
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